sábado, 9 de marzo de 2013

BUSCANDO UNA COSA ENCONTRE ESTA



LAS ROMERÍAS DE HACE SIGLOS...

Desde fines del siglo XIII, y por un largo periodo de tiempo que llega hasta mediados del XVI, la devoción rociera pasa por un lento proceso de crecimiento.
El Condado de Niebla fue creado en 1369, por merced de Enrique II y desde el primer momento, los condes tuvieron gran interés en poseer Almonte con su término, que era señorío de los Guzmán y Portugal.
Tal interés era bien fundado, porque el antiguo camino real que unía el Condado de Niebla con San Lucar (Sanlucar de Barrameda), cabeza de los estados de la casa de Guzmán, corría en casi sus dos tercios por tierras almonteñas.
El mencionado camino real, llamado de Los Puertos, pasaba y pasa próximo al santuario del Rocío y, por coincidencia, las tres leguas mal contadas que lo separaban de Almonte, era una buena media jornada para hacer descanso y estadía. Arrieros, trajinantes, verederos de la casa condal, mensajeros de los concejos, pleiteantes ante la justicia señorial, los encargados de la guarda de la costa en las torres, los salineros y gentes de las pesquerías, todos, hasta los muy acuciados por la prisa, deteníanse unos momentos, y se acercaban a saludar a Santa María de las Rocinas y pedirle salud y buen viaje.
Camino de los Puertos que baja desde Almonte hasta "San Lucar"
Así fue creciendo modestamente la devoción a Santa María de las Rocinas en Almonte, y hacia el sur, en Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María, y en los pueblos de las cercanías: Hinojos, Villamanrique, Pilas, Moguer, La Palma. Lentamente, tan suave y tan paso a paso como se abre una flor, la devoción rociera fue desplegando sus pétalos de lirio marismeño, hasta alcanzar su plenitud significante de espiritualidad en los comedíos del siglo XVII.
Fundadamente puede pensarse que ya desde mediados del siglo XV, se celebraba a Santa María de las Rocinas, con especiales cultos y concurrencia de devotos; esta fiesta se vino haciendo en la conmemoración litúrgica de la Natividad de la Virgen, siendo atendida por el clero parroquial de Almonte. Precisamente para cubrir las necesidades de esta fiesta y como expresión y cauce de la devoción almonteña, surgió la Hermandad de Nuestra Señora Santa María de las Rocinas de Almonte, establecida en la iglesia parroquial de la villa. Pero en todo ello, no podemos olvidar el importantísimo papel que jugó la Capellanía fundada por Baltasar Tercero, como en su capítulo se puede ver.
Sin embargo, no imaginemos para aquellos tiempos una fiesta en las Rocinas parecida, ni desde lejos, a la actual. La fiesta, aunque no carente a su hora del regocijo popular, era de muchísima menor concurrencia y desde luego, acentuadamente religiosa, con su severa procesión de tercia y misa solemne, en la mañana, y sus regocijos ingenuos, sencillos, aldeanos, en la tarde; y aquí acababa todo, de modo que los devotos de Almonte y los escasos llegados de otras partes, se volvía a sus casas al atardecer.
Detalle de un grabado del siglo XIX con la presentación de una Hermandad
La fiesta de Santa María de las Rocinas fue aumentando en concurrencia y solemnidad a lo largo de la primera mitad del siglo XVII, a pesar del deseo y propósito de los duques de Medina Sidonia de difundir en los pueblos de sus estados la devoción a la Virgen de la Caridad, proclamada patrona de Sanlúcar de Barrameda y de todos los dominios ducales en 1618.
Fue el mismo conde de Niebla, ya duque de Medina Sidonia, quien juró a la Virgen de la Caridad por patrona de esta ciudad de Sanlúcar y de sus estados, "poniendo así a cuantos le tocan, por sangre o por gobierno, debajo de su amparo y protección, y encarga a sus hijos, hermano, ciudad y vasallos cumplan la misma proposición".
En Almonte no se cumplió hasta el 18 de octubre, día de San Lucas, del mismo año, y votaron solemnemente el patronazgo y solemnidad de Nuestra Señora de la Caridad.
Claro es que estos actos puramente oficiales, y la fiesta establecida de la Virgen de la Caridad, que por carecer de raíces populares, decayó y desapareció bien pronto, para nada influyeron en la ferviente devoción del pueblo almonteño a Santa María de las Rocinas, que, como ya dijimos, el 29 de junio de 1653 fue votada y proclamada patrona de Almonte para siempre jamás.
En la misma acta del patronazgo dice el concejo de Almonte:
y la solemnidad de su fiesta, con misa solemne y sermón, en el día que la Iglesia la celebra, u otro cualquiera que acordáremos y determináremos en nuestro ayuntamiento.
Posteriormente, en cabildo del 9 de noviembre del mismo año 1653, se decidió y consta en acta:
En este cabildo se acordó que, por cuanto en el juramento que hizo de la limpieza de Nuestra Señora y su dichosa Concepción, había de señalar día particular de fiesta para que se la hiciese este cabildo, una fiesta de misa cantada y sermón, perpetuamente, como parece del dicho juramento de veinte y nueve de junio de este año, este cabildo señala el diez y siete de septiembre de cada un año perpetuamente para siempre jamás, y en el dicho día se haga la dicha fiesta, y lo que montaren los derechos se libre en los propios del concejo.
Azulejo en la Parroquia de Almonte
"Alabado sea el Stmo. Sacramento
y la Pura y Limpia Concepción
de María Santísima"
Está claro que lo que el concejo se propuso, y ahora determina, es la celebración de una fiesta particular a la Virgen Santa María de las Rocinas, como patrona de la villa.
Al quedar definitivamente cambiado el nombre y título de la Virgen y fijada por el clero y la Hermandad, la Pascua de Pentecostés para celebrar la fiesta de la Virgen con su nuevo titulo del Rocío, el Concejo, con buen acuerdo, trasladó su fiesta particular al mismo día, fundiéndose todo en una sola celebración.
Grabado (Hernández Tejera)
El día ahora elegido para la fiesta fue el lunes, segundo día de Pascua. Causa cierta extrañeza: ¿Por qué el lunes y no el domingo? Tiene clara explicación; el domingo de Pentecostés, con el canto solemne de tercia, descubierto el Santísimo Sacramento, y la misa mayor de este día tan principal, debería celebrarse en la parroquial de la Villa; el lunes y martes de Pascua del Espíritu Santo eran también de precepto, pero, sin duda, menos solemnes, y muy apropiados para una tal celebración como la romería y fiesta de la Virgen.
La Virgen en sus antiguas andas, con la peana al aire y 8 varales, obra de Juan de Astorga en la antigua Ermita
Celebrada en tiempo y estación más propicios, y difundidos por toda la comarca las grandes gracias y favores de la Virgen en los últimos tiempos (peste de 1649 y terribles, sequías de mediados del siglo), acreció la concurrencia de los pueblos más cercanos, y aún de los lejanos. A fines del siglo XVII, en su último cuarto, comienzan a surgir las primeras hermandades filiales, que pedían su agregación a la Ilustre, Más Antigua y Primordial Hermandad de Almonte y más tarde, obtenían la aprobación y la erección canónica en sus ciudades y villas respectivas.
Romeras aprovechando una montura
Con el nacimiento de las primeras hermandades filiales comienzan, en los últimos años del siglo XVII y primeros del XVIII, a fijarse las costumbres, el estilo, como entonces se decía, de la fiesta y romería, sus cultos y su ceremonial, los mismos, con ciertas variantes, guardados hasta ahora.
Grupo de rocieros de los primeros años del Siglo XX
En un principio, queremos decir, en los últimos años del siglo XVII, cuando todavía eran muy pocas las hermandades filiales, no se hacía colectivamente el acto de presentación de éstas a Virgen, la entrada, como ahora se dice, que vino a ser ordenada y a fijarse más tarde, a fines del primer cuarto del siglo XVIII. Porque además por estos años y hasta casi fines del XVIII, la fiesta comenzaba el domingo en la tarde. Sobre las cuatro, se cantaban vísperas solemnes por el clero de Almonte y los capellanes que acostumbraban traer las hermandades en su romería; el canto del Magníficat se hacía muy solemnemente, con acompañamiento de ministriles y desde luego, con asistencia de todas las hermandades.
Presentación de una Hermandad
En la noche del domingo, organizado por la parroquia y la Hermandad de Almonte, salía el rosario cantado por los alrededores del santuario. Estos rosarios cantados, tan comunes en el siglo XVII, alcanzaron su máximo auge en la devoción popular del siglo XVIII. En Almonte había una floreciente hermandad del Rosario que, amén de celebrar frecuentes cultos, sacaba diariamente el rosario cantado por las calles del pueblo; los domingos y fiestas de guardar, por la tarde, y los días de trabajo a prima noche.
Caballista con su amazona. Observar las "tatas" de atrás
El rosario cantado en procesión por el Real, en la noche del domingo de la fiesta, no era pues ninguna novedad, sino el mismo rosario de cada noche en Almonte, trasladado al Rocío, pero con mayor solemnidad.
Iba delante la cruz alta, dorada, entre dos grandes faroles; luego las filas de gentes, la mayoría con velas encendidas, y, presidiendo, al final del cortejo, el simpecado del Rosario, la junta de gobierno de la Hermandad almonteña y el clero: en medio de las filas, el coro de campanilleros, con sus campanillas, y su indispensable fagote para dar el tono y la entrada a los cantores de los misterios y trovos.
En 1887 se aumentó el rosario con la asistencia de todas las hermandades, por iniciativa de Francisco Bedoya Béjar, a la sazón hermano mayor de la Hermandad de Villamanrique.
Placa recordando la fundación del Rosario
La procesión del rosario salía, como en Almonte, no muy tarde. Sobre todo, porque después de terminado, habían de quemarse los fuegos artificiales, que se disparaban por riguroso orden de antigüedad de las hermandades. Temprano también, a la hora del toque de queda, poco más, se cerraba la ermita y las gentes se recogían en sus chozas y campamentos, aunque siempre quedaba por ahí algún grupo de rondadores. Vigilaban el regidor y el alguacil mayor de Almonte, con sus ministros y corchetes; nunca o, por lo menos, no consta, hubo de lamentarse ningún grave incidente, a pesar de las costumbres de los tiempos.
Imagen más antigua conservada del Rosario. Año 1919
En la madrugada del lunes, al alba, comenzaban las hermandades filiales sus misas. Desde sus chozas o campamentos, formadas en cuerpo de hermandad, cada una por su turno, con sus simpecados e insignias, el tamboril por delante, iban a la ermita a decir su misa cantada con la mayor solemnidad que les era posible, pues venia a ser su función principal de instituto, que como tal hermandad celebraban en honor de su Titular.
Sobre las diez, poco más, comenzaba el canto de tercia por la clerecía de Almonte, a lo cual asistían todas las hermandades, porque seguidamente salía la procesión de tercia con la imagen de la Santísima Virgen.
Merece la pena que nos detengamos en describir la procesión y exponer la evolución que ha sufrido a través de los siglos. Precedía la cruz parroquial de Almonte, seguían las hermandades con sus insignias, por el orden de su antigüedad, la más moderna delante; la última, junto a las andas de la Virgen, la de Almonte.
Procesión de una Hermandad (Grabado costumbrista)
La Virgen, bajo palio, en paso de más pequeñas proporciones que el actual, era sacada hasta la puerta de la iglesia por el Concejo de Almonte, que la entregaba a la Hermandad y al pueblo almonteño, volviéndola a recibir al regreso, en la puerta, para entrarla hasta el altar.
Hubo diferencias entre el Concejo y los frailes mínimos de Almonte, que se arrogaron el derecho de sacar la Virgen, siendo muy antiguo el privilegio del Concejo almonteño de hacerlo.
Pintura en la Parroquia de Almonte
Delante de las andas de la Virgen, iban el vicario-párroco y los beneficiados de la parroquial de Almonte, con capas pluviales rojas; detrás, el Concejo con hachas encendidas. La procesión era devota y ordenada, corta de recorrido, como cumplía a procesión de tercia, sólo alrededor del santuario; en cada esquina del mismo, vuelta la Virgen por quienes la llevaban, el coro cantaba un motete, y el preste, en buen latín andaluz, decía la oración litúrgica propia del lunes de Pentecostés:
"Oh Dios, que diste a tus Apóstoles el Espíritu Santo, concede a tu pueblo alcanzar lo que pide, y a los que diste la fe, dales también la paz. Por nuestro Señor Jesucristo..."
A mediados del siglo XIX, perdido en la Iglesia el sentido vivo de la liturgia, se dejó de hacer el canto de tercia en la mañana del lunes antes de la misa solemne, función principal de la Hermandad de Almonte, y la procesión comenzó a salir después de acabada la misa.
La Virgen en las andas de ocho varales de Juan de Astorga
Perdió la procesión su grave y tradicional solemnidad. Sin embargo, todavía hasta los años 1922-1923 guardaba ciertas formas de carácter litúrgico y parroquial; asistía la parroquia de Almonte con cruz alzada, y el clero, con capa pluvial roja, presidía la procesión tras las andas de la Virgen; delante formaban todas las hermandades con sus simpecados e insignias, por orden de su antigüedad.
Por esos mismos años de mediados del siglo XX, crecido el número de hermandades y la concurrencia de romeros, hubo de alargarse la procesión por todo el Real y hasta el Acebuchal; las oraciones litúrgicas vinieron a cambiarse en salves, que, entonadas por el preste, se cantaban ante la choza o rancho de cada hermandad y ante la choza de la camarista de la Virgen.
Cuando las hermandades dejaron de figurar en la procesión, se introdujo la costumbre de que cada una esperase a la Virgen ante su choza o rancho y para rezar la salve, las andas de la Virgen eran puestas en el suelo; quedaba así la Virgen a la altura de las gentes.
La Virgen en el suelo ante el antiguo Simpecado de SEVILLA
Dejaron de ponerse en el suelo las andas por los años 1951-1952; entonces los sacerdotes, para dirigir la salve, comenzaron a ser alzados en hombros.
Sacerdote rezando la Salve a hombros
En los tiempos más antiguos de la fiesta, hasta mediados del siglo XIX, acabada la misa, y en tiempos posteriores, entrada la procesión, la fiesta había terminado. En tiempos antiguos, después de comer (por aquellos tiempos se acostumbraba almorzar a las doce), se uncían los bueyes para el camino de vuelta; en tiempos más recientes, cuando el último acto de la fiesta vino a ser la procesión, se tenía costumbre de uncir la yunta y hasta de tener ya los bueyes metidos en la carreta, para salir en cuanto pasaba la Virgen.
Muchas veces, las más, cuando la Virgen entra en su ermita, queda muy poca gente, casi nadie, en el Rocío; y con toda verdad,
La Virgen del Rocío
se queda sola
en aquella marisma
siendo Pastora.
Por dar su acabado perfil religioso a la romería de aquellos tiempos, no queremos olvidar decir, porque es muy curiosa y significativa noticia, que la Ilustre Hermandad de Almonte, que estaba ya en la aldea desde la víspera de Pentecostés, celebraba en la mañana del domingo, amén de la solemne fiesta del día, una misa a San José, esposo de la Virgen María, implorando su patrocinio sobre la Iglesia. (Reglas 1758)
Al fondo de la foto, el altar de San José en la antigua Ermita

(Foto A. Serrano, F. Municipal de Sevilla, Exposición permanente Museo Histórico Religioso de El Rocío)
 
Se perdió esta piadosa costumbre a principios del siglo XIX, pero este matiz josefino de la devoción rociera se manifestaba también en la costumbre de que, en las venidas de la Virgen al pueblo, saliese a recibirla hasta el Chaparral el clero parroquial con la imagen de San José, e igualmente en la aldea a su regreso; desapareció también esta tradición ya bien entrado el siglo XX. No podemos olvidar, que en el nuevo retablo del Santuario, está San José junto al Camarín en recuerdo, entre otras cosas, de lo que se acaba de comentar.
San José en el nuevo Retablo
En el siglo XVI y, sobre todo, en el XVII las fiestas religiosas fueron siempre, no sólo litúrgicas y eclesiásticas, sino también, inseparablemente, fiestas populares.
Reglas de 1758 (grabado)
Las hermandades traían a la romería los mozos de danzas de su pueblo o ciudad (que en todos los había para en las fiestas religiosas), y tomaban parte en la procesión de tercia, danzando incansables durante todo su recorrido, en el lugar y por el orden que correspondía a cada hermandad. Así consta en las Reglas de 1758 de la Hermandad de Almonte. Estas danzas, conservadas todavía hoy en algunos pueblos y romerías del Andévalo, provincia de Huelva, desaparecieron del Rocío a fines del siglo XVIII.
Pero además, en todo tiempo hubo en la romería sus regocijos, como entonces se decía, cantares, bailes y otras honestas diversiones, que en ningún modo se oponen ni están en contradicción con el espíritu religioso de la fiesta.
Se bailaban la chacona, la folia, la jácara, la zarabanda, el villano, también la seguidilla, que ahora llamamos sevillana, todos ellos al compás de sus correspondientes cantares, acompañados de vihuela o guitarra, o de gaita y tamboril.
Grupo de Músicos en el Rocio de principios del Siglo XX
En el siglo XVIII fueron ganando terreno la seguidilla y el fandango, que llegan a su apogeo en el siglo XIX. En nuestros días ha surgido una modalidad propia de seguidilla o sevillana rociera, que ha llenado todo el ámbito de la expresión y de los sentimientos.
Otro caballista con amazona
El ambiente de la romería se anima en el siglo XVIII con la Feria del Rocío, a cuyo amparo surgió, en las primeras décadas del siglo XVIII, un mercado ferial. En la Feria del Rocío, como en todas las de entonces se negociaba, compraba y vendía, además de ganado, toda clase de mercaderías: aperos de labranza, herramientas, tejidos de los telares caseros, frisas, lienzos, paños extranjeros entrados por el puerto de Sanlucar de Barrameda, y de la incipiente industria nacional, cueros y pieles, calzado, sombreros, etc.
Vendedores en la romería
Y debía ser buena feria, con cierta repercusión en el comercio e industria regionales, porque pruebas hay de ello. Por esto, en ciertas relaciones de fiestas y hasta en algunas estampas y litografías de mediados del siglo XIX, a la fiesta de Pentecostés en honor de la Virgen solía llamársele Feria del Rocío. Desapareció poco a poco a fines del siglo XIX.
Grabado (F. Hohenleiter)
Para completar con cuatro pinceladas la estampa de las antiguas romerías hasta principios del siglo XX, no podemos dejar de citar, junto al vendedor de llamanovios y de flores de talco y a las gitanas pedigüeñas, al ciego recitador de romances, que en monótona salmodia incansable dice su corrido, al tiempo que extiende la mano ofreciendo sus pliegos de cordel, con relatos muy diversos, pero principalmente milagros de la Virgen.

"Llamanovios" o "buscanovios" en los sombreros de los hombres
indicando el interés de su dueño por conseguir pretendiente

(Fragmento foto A. Serrano, F. Municipal de Sevilla, Exposición permanente Museo Histórico Religioso de El Rocío)
Un joven con su llamanovios
 
Otro tipo no menos curioso e interesante era el pintor ambulante de milagros, que iba de romería en romería con su caja de pinturas y sus pequeños lienzos, donde, escuchado antes el relato y circunstancias del milagro, lo pintaba en un santiamén, con ingenua traza, dibujo y colores, al gusto del pagador, por unos pocos reales, según lo complicado de la escena, en la cual siempre aparecía en alto y entre nubes la Virgen del Rocío. El cuadrito todavía fresco, era colgado en las paredes del santuario, que en tiempos y hasta 1956, estuvieron cubiertas de estos exvotos, así como de cadenas de cautivos, que vinieron a ofrecerlas a la Virgen al ser liberados, y de exvotos marineros, barcos de muy varias épocas, tamaños y tipos.
Exvoto de la antigua Sala de Los Milagros
La fiesta y romería, que ya había conocido un periodo de gran esplendor en los comedíos del siglo XVIII, sufre la decadencia de fines de este siglo, prolongada por los años de la invasión francesa; volvió a surgir pujante a partir de 1813, como se puso de manifiesto en la romería de 1814, verdaderamente grandiosa para aquellos tiempos; acudieron los innumerables agradecidos a la Virgen, salvados de los graves acontecimientos y peligros de aquéllos años. Por entonces se hicieron nuevas andas para la Virgen, obra de Juan de Astorga, cuyo palio es el mismo actual, revestido de plata. Surgen nuevas hermandades, como las de Umbrete y Triana, en 1813; más adelante, a mediados del siglo, las de Coria del Río y la de Huelva.
El descanso, fundamental en El Rocío
Como ya se dijo anteriormente, en los muy últimos años del siglo XVIII, poco a poco, por la mucha concurrencia y por las hermandades que, para mayor comodidad en el viaje, adelantan su llegada al Rocío, la fiesta termina anticipándose al sábado en la tarde, en los primeros años del siglo XX. Así, y con las otras modificaciones de los actos religiosos más arriba referidas, entra la fiesta y romería en nuestro siglo.
El momento del almuerzo
La devoción rociera en general y la romería en particular, han evolucionado en los últimos cien años más y con mayor rapidez que en los seiscientos años anteriores de su historia, siendo una de sus principales causas la facilidad de comunicaciones.
Grupos de romeros
En 1919, con motivo de la coronación canónica de la Virgen, llegó el primer automóvil al Rocío. Don Antonio Leyva, médico de Sevilla, solía ir todos los años a la romería con don José Anastasio Martín, en coche de caballos; aquel año, don Antonio Leyva llegó hasta Almonte con su Ford y luego se atrevió, sorteando como pudo las casi insalvables dificultades del camino, a llegar hasta el Rocío.
José Anastasio Martín
En 1920, fueron desde Sevilla, con un Hispano-Suiza, los Algarines, dueños de un gran comercio de tejidos en la calle Lineros; el automóvil llevaba sogas reliadas en las ruedas.
Curiosa foto de un coche en el Real con Simpecado incluido
Luego siguieron otros muchos, de modo que cada año iban quince o veinte automóviles, que hacían este viaje con cierto aire aventurero y deportivo.
Coches camino del Rocío en los años 30

(Foto A. Serrano, F. Municipal de Sevilla, Exposición permanente Museo Histórico Religioso de El Rocío)
 
El año 1928, a la vista del interés general por ir en automóvil al Rocío, el Ayuntamiento de Almonte, para facilitar el acceso, ordenó una exploración de los caminos de Los Llanos, de Los Taranjales y del camino llamado de los Puertos o del Moralejo; pudo comprobarse que el más fácil y accesible era este del Moralejo; fue arreglado y acondicionado el camino y los automóviles llegaban al Rocío por centenares.
La carretera Almonte-El Rocío en 1958
Luego, comenzaron a ir camiones; se aumentó el tráfico con la carretera, trazada ya en 1958. El año 1961 fue el de mayor número de automóviles y, sobre todo, de camiones en la romería; pero este año marca también, con el desgraciado accidente de la Cuesta de las Doblas de Sanlucar La Mayor (Sevilla), la desaparición del camión de transportes en la romería.
La procesión en 1951 desde una carreta de la Hdad. de SEVILLA
Desde 1954, creada la diócesis de Huelva, la presencia del obispo propio en la vida rociera y en la romería, ha tenido hondas repercusiones. En 1959 estuvo en la romería el cardenal arzobispo de Sevilla, don José María Bueno Monreal, a los cuarenta años justos de que su antecesor en la sede hispalense, el cardenal Almaraz, coronó a la Virgen Pastora de las Marismas.
El Cardenal-Arzobispo de Sevilla, dirigiendo la Salve
El 17 de Mayo, José Mª Bueno Monreal ofició en El Rocío una solemne misa ante el monumento de la Coronación, dirigiendo después el rezo de una Salve.
En 1961 se toma el histórico acuerdo de la construcción del nuevo Santuario y todo lo que ello conllevó influyendo en el crecimiento de la devoción.
Sirva como referencia de los cambios habidos con el tiempo, que en aquellos años de la década de los sesenta, la hora normal de salida de la Procesión oscilaba entre la 8 y las 9 de la mañana, tras las misas de todas las Hermandades Filiales que desde la madrugada se habían celebrado en la Ermita.
Romeros a la puerta de la Ermita
La duración de la misma no superaba las cuatro o cinco horas a lo sumo, por lo que prácticamente a las doce del mediodía, la Virgen estaba ya en su casa.
De igual forma, la entrada oficial de las Hermandades, empezaba a las cinco de la tarde, hasta 1973 que ya bajó a las cuatro y ya por fín, en 1980, pasó a comenzar por la mañana, más o menos a la hora actual.
Vemos pues el profundo cambio habido desde aquella romería de hace siglos a lo que en la actualidad se conoce.
El Real en 1971

 

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Bibliografía:

Juan Infante-Galán : "El Rocio, devoción mariana de Andalucía"
Memoria del Rocio - ABC
Fondo documental del Centro de Estudios Rocieros del Ayuntamiento de Almonte (CER)
Museo Histórico Religioso del Rocío
Archivo Particular 


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