miércoles, 13 de marzo de 2013

PUBLICARA

  El mundo es un gran teatro,
  y los hombres y mujeres son actores.

El matrimonio es una barca que lleva a dos personas
por un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún
movimiento brusco, la barca se hunde.



Otra historia hitleriana


«En Somo tuvo varias reuniones con el séquito que lo acompañó a su exilio en Argentina»
Somo se despertó ayer con el apellido Hitler escrito en su registro de turistas. 65 años
después de la capitulación de la Alemania nazi, el escritor argentino Abel Basti asegura
en su nuevo libro que el Führer no se suicidó en su búnker de la Cancillería de Berlín el
30 de abril de 1945, sino que huyó a Argentina. Una fuga que lo llevó a apearse en Cantabria
y pasar unos días en la ya desaparecida hostería 'Las Quebrantas'.
Según la tesis que defiende Basti en 'El exilio de Hitler', apoyado por lo que asegura son
testimonios y documentos oficiales, el dictador alemán se escapó a Austria, voló hasta
Barcelona y, desde allí, fue a Vigo para embarcar en un submarino que lo llevó hasta
Argentina. En ese viaje, Hitler hizo una parada en Cantabria.
Las revelaciones que Basti hace en su libro coparon ayer las portadas de los medios digitales
de todo el país. Y provocaron que los teléfonos de Somo no dejaran de sonar. La propietaria
del restaurante 'Las Quebrantas' explicó ayer, más de una vez, que ni su local estaba abierto
en los años 40 ni Hitler pidió allí el menú del día.
Este periódico se puso ayer en contacto con Basti, que reafirmó su tesis que sostiene que en
el trayecto entre Barcelona y Vigo, el Führer se detuvo en 'Las Quebrantas' de Somo y allí
«mantuvo varias reuniones con su séquito», señaló el escritor.
Basti desveló que este dato le llegó por dos fuentes distintas. La primera, un soldado de
a División Azul, Raúl López Rouco, quien luego formó parte de la Gestapo. «Este hombre asegura
que vio a Hitler en Barcelona a finales de abril de 1945, días después de su supuesto
suicidio», señaló el investigador argentino.
La segunda fuente es un monje, cuyo nombre no puede desvelar, y cuya familia era «muy amiga
de Hitler». Es este clérigo el que sitúa con más «fiabilidad» al Führer en Cantabria. «Hay más
personas que me hablaron de ello, pero tengo un acuerdo por el que no puedo desvelar sus nombres.
Siguen teniendo miedo», apuntó Basti, quien también esgrime documentos oficiales de los ejércitos
norteamericano y alemán sobre la salida de Hitler de su país y su paso por España, antes de exiliarse en
Argentina, donde vivió con su esposa, Eva Braun, hasta su muerte.
Según pudo saber este periódico a través de vecinos de Somo, la hostería 'Las Quebrantas' estuvo
situada frente al aparcamiento de la playa de Somo hasta que fue derribada hace quince años, y en
su lugar se construyeron edificios. «Allí se reunían en los años 40 y 50 muchos políticos, artistas
y militares franquistas», recordaron varios residentes de la zona.
La mayor revelación de este libro, de reciente publicación en Argentina y que en junio saldrá a la
venta en el mercado español, es un documento secreto alemán conseguido por el autor en su país y en
el que el Führer aparece como uno de los pasajeros evacuados en un avión de Austria a Barcelona el
26 de abril de 1945.
El «gran secreto» de la huida de Hitler fue la llegada de uno de sus dobles al búnker, que «tuvo
ribetes dignos de una película de Hollywood» y ocurrió «al atardecer del 22 de abril de 1945».
«Ese día el verdadero Hitler voló hacia el aeropuerto austríaco de Hörsching, cercano a la ciudad
de Linz, con ocho personas, entre ellas Eva Braun», precisó Basti, quien subrayó la coincidencia de
esta versión con el testimonio de Heinrich Müller, jefe de la Gestapo, durante un interrogatorio de la CIA.



El despertar, siempre un fastidio.
Dejar el mágico mundo onírico y volver a la realidad con la sensación de regresar de un gran viaje.
Caminar como muerto viviente y comenzar el día con ese implacable cansancio.
Un día más.

Pero él, sufría de la prolongación del sueño.
Como si su vida transcurriese más tiempo en la ficción de la mente, que en la realidad.
El tiempo pasaba a su lado y parecían verse de lejos.
Y nunca se levantaba a la hora que quería.
¡Por Dios! Juraría que aunque el fin del mundo comenzará en el medio de su sala, no se levantaría sino hasta las 9:00 a.m.

Pero la tranquilidad de sus sueños contrastaba enormemente con las preocupaciones de su vida.
El trabajo.
Tenía prácticamente dos al año, teniendo suerte.
Y por eso nunca pudo darse lujos que ciertamente podría darse.
Los conocimientos los tenía, la experiencia la tenía, la voluntad la tenía, pero también tenía esa maldición.

Incontables fueron los intentos que hizo por erradicar para siempre su problema.
Desde hartar a su médico con tantas llamadas que también le hacía perder el sueño a él, hasta visitar
a brujos y chamanes que garantizaban que tenía algún espíritu maligno adentro.
Pero al final, su resultado era el mismo.
No importaban las pastillas ni medicamentos, no importaban los rituales, las ceremonias, los brebajes ni la fe.
Como ya dije, el resultado siempre era el mismo...

Las malditas 9:00 a.m.
El maldito despertador sonando a todo volumen sin que él se percatase.
El maldito sol que se filtraba por su polvorienta ventana.
La maldita maldición...


Pero una vez regresando temprano del trabajo, decidió volver por otro camino.
Tal vez para cambiar la rutina, o tal vez porque la tragedia le llamaba con un encanto siniestro.
Había tantos lugares que nunca había visto, pero que tenía en sus espaldas…
¿Cuando apareció ese edificio de 30 metros?
¿Cómo apareció ese gran parque?
¿Desde cuándo demonios había un centro comercial?

Y en medio de la ciudad había una casa antigua de madera podrida y carente de pintura.
Tenía las puertas abiertas con un llamativo cartel blanco como la paz y con letras rojas como la
sangre, que decía "Gran Venta de Garaje"

El curioso paseante levantó una ceja y entró con fe en encontrar algo interesante e intrigante.
Algo novedoso o tal vez antiguo, pero que se saliese de lo normal.
Fue así que su imaginación y deseos le fueron jugando tretas mientras ponía el pie adentro del lugar.
Pero el lugar parecía una ciudad de basura.
Tendría sus monumentos y edificios, pero nada útil realmente.

Un sujeto en las sombras a lo lejos observaba callado y casi pasaba desapercibido ante cualquier mirada.
Tan oscuro estaba allá, que solo se le lograba ver la silueta y esos dos ojos reflejando la llegada del curioso hombre.
El misterioso señor vino acercándose y se le notó su vestimenta.
Parecía sacado de un libro de historia, tanto así que era extraño verlo a colores...

Tenía ropa del siglo pasado y caminaba ayudado de un elegante bastón negro.
Y entonces se hicieron notar cómo realmente eran sus ojos.
Uno era negro sin nada de especial.
Pero el otro era blanco, un ojo desnudo, casi como si se pudiese ver a través de él, su alma, la tuya y la mía.

Y esa sonrisa...
Tenía los dientes negros.
Algunos con manchas rojas, y las encías rojas como un tomate.
Alguna infección le habría dado.

Preguntó entonces:
-¿Que se le ofrece señor? ¿Busca algo en especial?
-Solo veo, no se preocupe.
-Estoy para servirle, tengo algo para cada quien.
-No hay problema, necesidades no tengo.
-Bueno, pero me imagino que problemas si, ¿No?
-Algo así, problemas de sueño.
-¿No puede dormir?
-Diría todo lo contrario, duermo demasiado.
-Ya vuelvo.

Entonces aquel viejo fue directo a una de las torres de chucherías y sacó un hermoso
reloj, pero increíblemente no parecía tan antiguo.
Era tan reluciente como si lo hubiesen fabricado ayer.

-Tenga, esto solucionará sus problemas.
-No, ningún despertador me ha funcionado.
-Señor, le juro por Dios que esto es la respuesta, sino que venga el diablo y se lleve mi alma ahora mismo.

El desconfiado posible comprador estuvo analizando el reloj y a pesar de todo, era increíblemente bello.
Brillaba como el oro y parecía valer millones de dólares.
Así que le pregunto el precio imaginando una gran cantidad de dinero.

-¿Cuánto cuesta?
-Mire, yo ya estoy viejo y no tengo mucho en qué gastar mi dinero.
Con 20 dólares se lo puede llevar.
-¿Solo 20 dólares?
-Puede darme más si quiere.
-Vale 20 serán.

Entonces sacó su billetera y aunque quiso darle más dinero al pobre viejo, pero solo tenía esa cantidad.
Se dio cuenta que solo le quedaba eso para todo el día.
Veinte dólares para sobrevivir, pero había algo que lo incitaba a gastarlo.
Una fuerza invisible tomó control de su voluntad.
Y con la mano temblorosa, como si tuviese la enfermedad de Parkinson, le acercó el dinero.
El viejo entonces lo tomó sin titubear y con una sonrisa en su asquerosa boca, pero sobretodo
en los ojos, dijo con voz muy alegre:
.Gracias por su compra.

Tan feliz estaba que le acompaño hasta la salida y se despidió de él hasta que su silueta
se perdió en una intersección rumbo a su hogar.

Llegó el comprador a su casa y emocionado como si hubiese hecho el negocio de su vida, se puso
a revisar el reloj con calma y a la vez ansiedad.
Trajo una lupa y vio refinadas piedras brillantes en cada número.
¿Sería posible?
Pues sí.
El reloj tenía un gran número de diamantes por dentro.
Había comprado sin saberlo, algo grande, un tesoro invaluable.
Y el brillo dorado era inconfundiblemente del oro.
Oro sólido, resplandeciente como el sol y costoso como su vida.

Se le pasó por la cabeza la idea de venderlo y así solucionar sus problemas financieros.
¡Cuánto hubieran pagado por eso!
¡Cuántos coleccionistas hubieran dado su vida por el bendito reloj!
¡Cuantos!...

Pero se encapricho con quedárselo. Como si fuera su hijo o algo parecido.
Su pequeño hijo dorado y brillante...


Por la falta de dinero, pasó hambre esa noche.
Su estómago le rugía como una bestia salvaje y su garganta seca como el desierto.
Así que siguió observando detenidamente su joya durante un tiempo y notó algo extraño...
El reloj no contaba con baterías ni nada que lo hiciese funcionar: sin embargo, se veía al
segundero girar y girar en un movimiento perfecto e hipnótico.
Buscó darle explicación pero, ¿Para qué?
Era de todos modos lo que menos importaba.

Esa noche se acostó temprano para engañar a su adolorido estómago y dejó al reloj en su mesa de noche.
Configuró la hora a la que tenía que sonar y se dejó envolver por las sábanas.
Cerró los ojos y todo oscureció, pero en eso, el silencio intensificó el ruido del aparato.
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac...
Pero no era un Tic-Tac suave e intrascendente.
Era como el susurro del diablo en el oído.
Tan horrible que abrió los ojos asustado, miró a su reloj y el reloj lo miro a él.
Por un minuto estuvo así, con miedo de voltear como si fuese un niño.
Y esa extraña y horrible sensación seguía presente.
Tanto temor había sentido esa noche que no pudo dormir.
Sus ojos cerrados y su mente despierta.

Y a las 6:00 a.m., sonó la alarma que era como las campanadas de una iglesia antigua.
Retumbando por las paredes de su cráneo. Revolviendo sus ideas. Reviviéndole, pero sobretodo, quitando su miedo.
Pero al fin y al cabo, fue la primera vez que se levantó a tiempo.
Y la primera vez que se lamentó de ello.

Entonces fue a su trabajo, pero no tenía sueño.
A decir verdad, estaba más despierto que nunca.
Tan eficiente trabajó, que su jefe impresionado lo felicitó.
Y su jefe nunca felicitaba ni a su hija.
Tal vez el día más lúcido de su vida.

Y cuando terminó su turno, su hermosa y espectacular compañera de trabajo, se fijó en él.
Ella que nunca le había siquiera mostrado un mirada.
Ahora, lo miraba con disimulo (Un pésimo disimulo), y se sonreía.
Deseada por todos y nadie la tuvo, ni se acercó a ello.
Pero él sin una palabra logró captar su difícil atención.

Así que ella se presentó (Aunque él la conocía desde hace ya mucho tiempo), y conversaron un buen rato.
Horas y horas, hasta que no tuvieron nada más que decirse.
Las palabras acabaron con un "adiós", pero antes de eso, ella se ofreció en llevarlo a su hogar en su
flamante auto convertible.

¿No se los dije verdad?
Era ella la hija de su jefe.

En eso el coche se detuvo en esa acera, en esa fría acera.
Y al ver la casa, el hermoso y fino rostro de ella se convirtió en una horrorizada tez de muerta.
Pero muy disimulada.
Fue tajante al decirle que se tenía que ir y se alejó muy rápidamente como alma que escapa de la muerte.

Entonces con una expresión confundida abrió la puerta.
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac.
Sonaba el reloj mientras daba un paso.
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac, se escuchaba retumbando fuertemente.
Esperando a su dueño como un perro ansioso.
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac...




   
El Despertador -Segunda Parte-





Entró extrañado de que su reloj estuviese en frente de su puerta.
Se agachó lentamente para tomarlo y parecía seguir andando de maravilla.
Iba imaginando los peores temores, y en un acto casi reflejo, tomó un palo de escoba que guardaba
al costado del umbral de la puerta.
Paso a paso fue chequeando que todo estuviese en orden, y en efecto, no había ni siquiera
una partícula de polvo fuera de lugar.
Pero esa sensación de temor seguía en su nuca y en su garganta.
Produciéndole un sudor frío, helado mejor dicho, helado como hielo que le quemaba la piel.
Un temor que no se podía describir por su extrañes y complejidad, a algo que no se podía ver, pero
se sentía muy adentro.

Tic-Tac seguía sonando el reloj mientras el subía y bajaba, iba y venía, buscaba y rebuscaba
tratando de encontrar una evidencia de que alguien hubiera entrado a su hogar.
Y sin embargo todo estaba exactamente igual a como él lo había dejado antes de irse.
Como si el tiempo se hubiese congelado desde el momento que se fue hasta el que volvió.
Solo ese reloj...

Tic-Tac, Tic-Tac seguía sonando burlándose de los temores del pobre hombre.

Pasó otra noche con dificultad para conciliar por ese aterrador sonido de las manecillas al girar.
Sus ojos bien abiertos mirando a las siluetas que en la noche le proporcionaba su sucia ventana.
Ahí es donde a veces sus sueños se plasmaban tras las cortinas blancas funcionando como
un proyector onírico muy eficiente.
Es cierto, había que tener mucha imaginación y paciencia, pero cual películas en el cine, él veía ahí sus sueños.
Pero el mayor problema fue cuando sus sueños se convertían en pesadillas.
Los macabros hechos cobraban entonces vida propia.

Y esa noche, él recordó haber visto un cuerpo sujetado apenas de una cuerda.
Como un péndulo moviéndose al compás de...
Las manecillas del reloj.
Colgado y frío, pálido, pero sin un rostro reconocible.
Estaba muy oscuro como para hablar de nombres.

Pasó así su noche, atormentado por sus pesadillas y por eso que no se podía explicar.

Al día siguiente fue a su trabajo como de costumbre, y misteriosamente todo estaba cerrado.
Las grandes rejas que le permitían el ingreso estaba custodiadas por un funesto guardia de
metro ochenta de altura, con unos arrogantes lentes oscuros y tan quieto que si se le pintara
de blanco, pasaría sin dificultad como una estatua de mármol.

Se acercó extrañado el hombre a preguntarle qué había pasado.
El guardia con una voz grave le dijo:
-Esta la compañía de duelo. ¿No le llegó el correo electrónico, señor?

Se quedó callado el hombre porque siempre le daba vergüenza admitir que no tenía computadora.
Pero no vergüenza hacia los demás, sino hacia sí mismo.
Lo veía como un fracaso mayor.

Se fue sin decir más palabras y caminó hacia una cafetería mientras pensaba: "¿Quién se habrá muerto?
Compró un periódico y se sentó plácidamente mientras escuchaba las noticias.
Tomaba su cálida taza de café, mientras sonaba lo de siempre: Asesinatos, muertes, suicidios...

No fue hasta más tarde ese día en que se enteró de lo horrible.
Pasadas ya unas 5 horas de lo de la cafetería, él se encontraba en la tranquilidad de su hogar
sacando cuentas, ordenando papeles, buscando empleos.

Tres golpes, cada uno más fuerte que el otro, hicieron sonar su frágil puerta de madera.
Unos gritos fuertes se hicieron escuchar:
¡Manuel Alonso, abra la puerta, Policía!


¿No les dije el nombre, verdad?
El hombre del que he estado hablando en toda esta historia era Manuel Alonso.
Manuel como su difunto padre, Alonso como su difunto abuelo.
El escuchar su nombre, le hizo recordar vagos recuerdos de la infancia.
Ese accidente...
Murieron los dos.
Su padre, un distinguido doctor y su madre, una distinguida... esposa.
El metal fundido, la sangre, toda esa gente hablando y ruidos de sirenas alrededor.
Un sujeto con dificultad para hablar que repetía:
-Pero ellos se cruzaron...
Y sin embargo, Manuel vivió.

Pasó a manos de su abuelo, un ex-militar, pero muy en el fondo un gran artista.
Que desde ese momento lucho como si se tratase de su propio hijo.
Ya no con un rifle, sino con una red de pescar.
Día y noche para darle todo.
Con ese sudor le consiguió una escuela decente y un plato de comida diario.
Y él sólito le cocinaba y lo cuidaba.
Hasta los 20 años de Manuel, ese respetable hombre lo mantuvo.
Pero como todos saben, el aire del océano es malo para los pulmones.
Y un día de lluvia murió sentado en el sillón con un libro en la mano y sangre en la boca.

Pasando entonces Manuel, a manos de la vida...


Un golpe más le hizo volver al presente y abrió la puerta extrañado.
-¿Si? ¿Cuál es el problema?
-¿Usted estuvo anoche con la señorita Cecilia Fernández?
-SI, ¿Por qué? ¿Qué le pasó?
-Mmm.... La encontraron muerta anoche, colgada en medio de su sala.

Manuel se sintió impactado.
Justo ayer ella lo había traído en su auto y parecía estar interesada en él. Ahora muerta...

-Necesitamos llevarlo a la comisara, pero antes necesitamos hacer una revisión.

Manuel se quedó callado mientras le ponían las esposas.
Quería tal vez, llorar, pero solo cerró la boca como si no pudiese abrirla.
Como si le hubiesen cosido los labios con fuerza o como si estuviesen sellados con cemento.
Y en ese silencio frustrante, sonaba el reloj.
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac...

Sin oponer resistencia alguna, llevaron a Manuel a la cárcel como si se tratase de un perro siguiendo a su amo.
Sin reclamar, sin siquiera hablar.
Solo faltaba que le dijesen: "Buen chico, toma una galleta"

Pero su corazón le dolía y su mente también.
Esa muerte, tan inesperada, tan ilógica.
Ella, la heredera de una empresa multinacional, lo tenía todo. ¡Todo!
Belleza para agradar a cualquier hombre.
Esos seductores labios rojos y brillantes, dulces al gusto pero peligrosos como el veneno de una víbora.
Tantos inocentes cayeron en la tentación que esos labios causaban y en sus terribles consecuencias.
Un despido sería el castigo más piadoso después de dejarla o que ella dejara a alguien, no había diferencia.
Tenía también dinero para despilfarrar en lo que sea que se pueda comprar, lo necesite o no; le haga bien o
le haga mal; le gustase o lo odiase...
Además tenía un padre.
Un padre que le dio ese poder, el de ser vista con miedo por los trabajadores.
Un padre que aún después de muerto le seguiría dando beneficios, porque el apellido es para siempre.
Pero lamentablemente también tenía esa soga...

Manuel pasó la noche en una fría cárcel mirando la luz de la luna que se filtraba por entre los barrotes.
Viendo la lluvia caer y sintiendo una que otra gota que le llegara al rostro y le recordara que era real.
El cautiverio, las miradas de odio, la muerte, el despertador, todo…. Real.

Pero tuvo tiempo para pensar y recordar la expresión de Cecilia.
Así se llamaba la suicida, Cecilia.
Un nombre que tal vez nunca olvidaría, Cecilia....

Esa horrible expresión que mostró horas antes de acabar con su indecente vida.
Esa expresión que parecía haber transformado su rostro tan sensual en el rostro sin expresión de un
cadáver recién entrado en la morgue.
La belleza se le había ido tan rápido que nadie la hubiese reconocido, tal vez ni su padre y ni ella misma.


Pasó pensando en eso toda noche, una pesadilla estando despierto.
Casi tan perturbante como los ojos de aquel policía que lo custodiaba y miraba como si se tratase
de un zoológico sádico en el que el espectáculo era Manuel arrodillado temblando y con una mirada perdida.
No lo vio parpadear ni mover el cuello, pero aun así el ruidoso silencio de la noche le permitió
escuchar sus latidos y respiración para cerciorarse de que seguía vivo.

Y aún con todo, trató de dormir y confiar en su inocencia.
Ya que él no había hecho nada, su único error fue subirse al auto de esa seductora señorita
para que lo llevase a su hogar.
Si no, no tendría nada que ver y ahora estaría en su hogar escuchando ese diabólico sonar de las manecillas.


La noche se fue y el sol comenzaba su ciclo nuevamente, lo sacaron de su encierro como un trapo
y le hicieron unas cuantas preguntas:
-¿Cuándo fue la última vez que viste a Cecilia?

Manuel con una serenidad y paz muy siniestras respondió con una falta de expresión muy inquietante:
-El día que murió, ella me dejó en mi casa y perdí de vista su rostro mientras se iba a toda velocidad
en su flamante auto.
-¿Me está diciendo que fue el último que la vio con vida?
-Tal vez, no sé si se cruzó con alguien más durante lo que restaba de esa noche.

El policía entonces rascándose la cabeza dijo:
-Sabe... Ella no escribió ninguna carta de suicidio, ni siquiera aseguró su puerta cuando
la encontramos y ese flamante auto del que habla, estaba con el motor encendido.
Fue de improviso como si no hubiese planeado su muerte, como si no hubiese querido morir.

Manuel se le quedo mirando a los ojos y dijo:
-Yo no tenía ni idea...
-¿Le dijiste algo?
-No.
-Dime, ¿Que le dijiste?
-Nada.
-Porque sabes, tanto dinero...
Tanta riqueza hubieses podido sacarle...
-Pero no le hice nada, solo me llevo y punto.
-Dime entonces dónde conseguiste el dinero para comprar esto...

De un cajón lo sacó lentamente.
Era brillante y cegador, y hacía ese horrible ruido.
Tic-Tac, Tic-tac...
-¿Esto no es barato, no?

Manuel no sabía qué decir, ese nudo se le había vuelto a formar en la garganta, su concurrente amigo últimamente.
Y casi en un susurro dijo:
-Pues sí, lo compre una tienda de garaje.

El interrogador se rió casi a carcajadas y después de secarse las lágrimas de tanto reír dijo:
-¿Me estas jodiendo, no?
-No, es la verdad, lo juro por Dios.
-Vamos confiesa, sino su padre te matará horriblemente.
Te conviene no salir de aquí.
-¡Yo no la mate!
-¡Eh, Bájame la voz imbécil!

Manuel se quedó callado en el acto y el policía cambiando su tono de voz continuo:
-Aún no hay pruebas en tu contra así que te propongo algo....
El policía con una sonrisa en el rostro entonces comenzó a mirar el reloj con simpatía y
agrado, con los mismos ojos con los que Manuel lo miraba por primera vez:
-Te propongo amigo, que te dejaré en libertad y a cambio tú me dejas algo.
-¿Algo como qué?
-No te hagas el idiota, ¡El reloj!

Manuel con una sonrisa por dentro y un ceño fruncido por fuera no demoró ni una fracción
de segundo en decidir, pero aún así mantuvo el suspenso para disimular su precipitada decisión:
-Está bien, acepto.


Después de un rato, como si no hubiese pasado nada, Manuel regresó a su hogar sin nadie siguiéndole las espaldas.
Sin ese horrible temor, sin esa paranoia.
Le habían hurtado su posesión más preciada en frente suyo y con su aprobación.
Pero en el fondo eso era lo que él quería.
En el fondo era lo que él deseaba.
En el fondo era lo que él añoraba y suplicaba al mundo que ocurriese,
No se podía engañar a sí mismo, ese reloj se había vuelto en una maldición por las
noches... y una pesadilla por las mañanas.

Ese día hizo dos cosas.
Mandó su carta de renuncia con celeridad y terror.
Terror de que se hubiese enterado de que lo habían tenido como sospechoso y
celeridad porque quería acabar con todo lo más rápido posible.

Y se propuso dormir, eso que hace varias noches no experimentaba.
¡Y cómo lo cumplió!

Tan profundo fue el sueño que sus ojos casi se fosilizan y la noche se quedaba corta para aquel mundo onírico.
Podría confundírsele con un muerto tan fácilmente porque ni calor emitía.
Era un sueño tranquilo y hermoso, no eran pesadillas en lo absoluto.
Solo esa paz que se siente como preludio a la guerra, como preludio a la muerte...

Pero aun así, este acabo y fue interrumpido bruscamente en la madrugada.
Interrumpido tal vez en su mejor momento.

Eran esas campanadas.
Tétricas como él las recordaba.
Horribles.

Le obligaron a abrir los ojos en acto reflejo y su corazón comenzó a palpitar en un ritmo
disparejo, su respiración se aceleró como si regresara de una maratón, sintió espasmos en
todos los músculos de su cuerpo y estuvo a punto de soltar un grito que hasta lo escucharían
ustedes en la comodidad de sus casas.
No había visto algo tan horrible en toda su vida.

Estaba el dorado despertador.
Apretado fuertemente por las frías manos del policía.
Tenía un corte profundo en su garganta como si se tratase de una segunda boca.
El cuerpo yacía en las faldas de su cama, casi como si quisiese devolverle el reloj ya que
tenía los brazos en orientación hacia Manuel.

Las moscas rondaban por el lugar volando por todos lados y por todas las direcciones.
Insectos minúsculos entraban por ese corte como si fuera su hogar.
Por entre todos los orificios de su rostro había algo moviéndose, por esa sonrisa fantasmal por ejemplo.
Pero también por lo que otrora fueron ojos vivos, ahora solo blancos como pelotas de golf
viejas y con un punto fijo en su centro, con manchas rojas adornándolos.
La sangre y otros fluidos se derramaban por sobre el piso de madera y las sábanas blancas
formando ríos espantosos que nacían en ese corte.
La carne se le podría como si hubiese estado ya varios días ahí y el olor que producía que lo hizo
vomitar en su propia ropa apestando así más el ambiente.

Y en eso las campanadas dejaron de sonar y el ruido de las moscas estuvo a punto de reinar en el
silencio si no fuese por ese penetrante y familiar sonido:
Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac...

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